jueves, mayo 05, 2011

Pensé.



Yo pensé que el mundo era infinito. Pensé en algún momento que ese cielo azul, que la esa gran bóveda me pertenecía. Creí que al caminar por la playa alguna vez encontraría una botella con un mensaje y miré las estrellas por la noche hasta que me picaron los ojos solo porque quería ser bella.

El amanecer siempre me pareció más mágico que el anochecer y la lluvia siempre invocaba algo dulce a la hora del té entre tareas y libros de mi biblioteca. Mi escape. Mi gran otro mundo.

Asumí que la luna era mía; yo era la única niña que conocía su secreto porque veía una cara en ella. Debía ser mía, ¿Quién más le sonreía? Decía “juegos artificiales” en vez de “fuegos artificiales” y me reía del meteorólogo cada vez que anunciaba “chubascos” para el día siguiente; imaginaba churrascos caer desde lo alto.

Nunca me gustaron los mariscos, me los tragaba con agua porque de lo contrario, no me paraba de la mesa. Con agua, como pastillas. Enormes y repulsivas pastillas. Creí en casi todo: Viejito pascuero, conejito, ratón de los dientes hasta cerca de los once años. Si alguien me decía que el viejito pascuero no existía, saltaba en rabia como si criticaran a una entidad superior a la que le debía devoción y fe plena. Hasta que un día, sin motivo alguno que recuerde, dejé de creer. La magia se concentró en preparar una cena especial, dar la instancia para buenos y memorables recuerdos en torno a un pinito que no dejaba de brillar.

Yo pensé que me había equivocado de época al nacer; quería vestidos largos, romances prohibidos, cortejos de novelas y cartas. También pensé que si existía ese alguien perfecto para mí, que me vería aun cuando yo no quisiera ser vista.

Pensé que la gente en todo momento actuaba de bien, que si erraban no era porque quisieran fallar, porque quisieran hacerte daño. Pensé que era parte de una buena sociedad y no veía la importancia de los papeles que cambiaba con el señor del quiosco por un dulce al salir del colegio.

Yo creí que si creías en algo, con la suficiente fuerza, se cumpliría. Creí que comunicándome, juntando letras, podría darme a entender. Acumulé sueños e ilusiones como un avaro atesora dinero en su cuenta bancaria. Creí, siempre creí.

Pensé que la carrera que escogías te haría feliz.

Nunca me destaqué en educación física. Odiaba correr y más aun saltar vallas. Nunca fui buena en el caballete y sufrí enormemente con cualquier figura que involucrara algo más que hacer la rueda.

Siempre disfruté andar sin zapatos y jamás aprendí a cortar los alimentos con la mano que correspondía pese a que intentaron enseñarme hasta que se dieron por vencidos. Para mí no tenía sentido tener que cambiar el cuchillo de mano si con la izquierda podía cortar perfectamente... Me contenté desde pequeña acostándome al lado de mi mamá para que me rascara la espalda y podía dormir tranquila sabiendo que mis dos padres estaban en casa.

Nunca creí en el hombre del saco pero si pensaba que alguien saldría de mi closet si lo dejaba abierto. Me maravillaron las tormentas eléctricas y maldije más de una vez que en Santiago casi no ocurrieran. Cuando tenía que dibujar un paisaje, persistentemente dibujaba primero la línea del piso y luego la cordillera que siempre atrajo mi atención con su magnetismo sin igual; a veces con nieve, otras media verdosa, habían días que se notaban, en sus alturas, diferentes tonos cafés y cobrizos . Volaba mi cabeza cuando se teñía de rosa o púrpura en el ocaso.

Soñé con volar. Soñé con ser buena en matemáticas. Me prometí que haría cosas importantes cada año nuevo y nunca entendí por qué tenía que contarle a otro mis pecados para que me absolviera si yo podía rezar a Dios directamente y orar por su perdón. Nunca entendí por qué a las personas buenas le pasan tantas cosas malas y los malos parecen pasarle cosas buenas. Siempre soñé con viajar y disfrutaba comiendo las frutillas del jardín de mi abuelita.

Quise ser cantante, bailarina, pianista, escritora, arquitecta, médico, artista y bibliotecaria solo para poder leer todo el día sin que nadie me dijese que debía soltar ese libro. Vi el mundo en mis colores e ignoraba que, en parte, la realidad ya había sido pintada por otros.

Pedía a mi mamá que guardara los envoltorios de las cosas que me gustaban porque creía que podía hacer la receta en casa ya que ahí aparecían los ingredientes. Me peinaban con una cola de caballo y me dejaban con ojitos rasgados. No me gustaba jugar con barbies pero el barro era mi perdición. El barro y la arena en la playa donde podía entretenerme por horas.

Pensé en aquel entonces que hace unos años atrás ya debería saber mi propósito en la vida. Creí que sabría por qué estoy aquí, por qué estoy viva y qué tengo que cumplir. Pensé que sentirme realizada sería lo mismo que la realización social. Creí que cuando fuera grande los autos volarían y yo aprendería a caminar en taco alto con estilo. Nunca me proyecté más allá de los treinta años. No sé bien por qué pero desde pequeña nunca vi más allá... Sigo sin hacerlo. Tal vez le pregunte a la luna el por qué.

Canción del Momento: Society de Eddie Vedder.



3 comentarios:

verelogia dijo...

Hola linda, pasé solo a contarte que la foto la saqué en una calle del centro de Valpo, es una iglesia...

Otro día con tiempo paso a leerte!

Besos!!!

C†Luna dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
C†Luna dijo...

y yo pensé ilusamente en un momento que tu mundo dejaría de existir, la niña de la caja no escribiría más...

pero como cuando era pequeño algo en mi nunca dejo de creer y tuve la esperanza que algún día volverías a escribir.

aquí te comparto en mis letras que siempre creí que volvería a saber de ti.